jueves, 12 de junio de 2014

Historias que contar - Bastards (2)

Elise
Aquella mañana hacía más calor que en los siete infiernos. Elise no podía soportarlo ni un minuto más. Cogió el ascensor y subió a la azotea, quitándose el fino vestido azul que llevaba por el camino. Cuando se abrieron las puertas estaba completamente desnuda, y poco le importaba que hubiese un par de criados por allí. Había nacido para que el mundo la mirase, y ella se deleitaba con ello. Después de sonreír pícaramente a un chico que se había distraído de barrer el suelo, se zambulló de cabeza en la piscina.
El agua fría le sentó de miedo. Después de bucear hasta el otro lado, salió y pidió al mismo chico que se la había quedado mirando momentos antes que le trajese una copa de vino. No se molestó en coger una toalla. Se acercó a la baranda de cristal que cercaba la azotea y se quedó mirando la ciudad desde allí.
-Siempre es un placer, tía –dijo una voz a sus espaldas.
-¡Querido sobrino! –Sonrió Elise, dándose la vuelta-. Que no te oiga tu padre llamarme así.
-Le guste o no, eres mi tía –su sobrino enano Tyrion se sentó en una de las tumbonas con una copa de vino en la mano, dejando que sus cortas piernas colgasen sin tocar el suelo-. ¿No deberías ponerte algo encima?
-¿Es que ahora te asustan los pechos? Quién lo iba a decir –respondió, divertida, aunque hizo un gesto con la cabeza a otro de los criados para que le trajese el vestido que había dejado en el ascensor-. ¿Y mi vino? –inquirió, alzando un poco más la voz.
El chico que había ido a buscarle una copa de vino regresó atropelladamente. Esta vez trataba de mantener la vista en el suelo mientras estaba cerca de Elise, pero el rubor de sus mejillas delataba su incomodidad. La chica cogió la copa y, después de pensarlo un poco, dirigiéndole unas cuantas miradas traviesas, le mandó retirarse. Enseguida llegó el otro, llevándole el vestido.
-Dime, queridísima tía, ¿qué disfrute ves en atormentar a los pobres sirvientes? –preguntó el enano después de dar un trago a su vino, viendo cómo Elise volvía a ponerse el vestido.
-No me llames tía –hizo un mohín con la nariz, como hacía cada vez que algo la molestaba-. Me envejeces más de lo que toca.
-Tienes la edad de mis hermanos, te llevas menos años conmigo que con mi padre, él es el viejo.
Elise le guiñó un ojo y dio un trago a su copa de vino. Aquello la refrescó tanto como el chapuzón en la piscina. La afición al tinto le venía de familia, no había ni un solo Lannister que no bebiese al menos una jarra al día. Solo que ella no era una Lannister del todo.

-El gran Tywin Lannister –se burló, alzando su copa-. Más le vale empezar a cagar oro pronto a mi querido hermano.
Tyrion siseó, mirando alarmado alrededor. Elise se rió y continuó bebiendo.
-La economía de la familia pende de un hilo –masculló su sobrino en voz baja-, pero no hay motivos para que vayas pregonándolo.
-Hay que mantener la imagen, ¿no es así?
A Elise, todo aquello la divertía. Veía a su medio hermano Tywin hacer malabares con libros de cuentas para asegurarse de que nadie se enteraba de que los Lannister, antaño la familia más adinerada del país, se había quedado en las últimas. Su padre, Tytos, había ido malgastando su fortuna contentando a su madre, a la que su querido hermanastro se encargó de echar en cuanto el viejo murió, pero aun así había dejado suficiente a sus hijos para ir desahogados por un tiempo. El problema había empezado después del matrimonio de la única hija de Tywin, Cersei. Su marido empezó a necesitar efectivo para poder mantener a los hombres armados, la ciudad en condiciones y, en general, sus extravagantes caprichos, como el acostarse con una mujer distinta cada noche.
-Sí, así es –asintió Tyrion-. Mi padre te agradecería la máxima discreción, como siempre.
-Como siempre –repitió Elise-. ¿Ha subido ya los impuestos? ¿O es que va a esperar a ver si pone un huevo de oro?
-Sigue en ello –respondió el enano-. No es fácil tener contento al pueblo mientras le pides que pague más.
-Tu padre no pide, tu padre exige –puso énfasis en la última palabra; apuró lo que le quedaba en la copa de un trago e hizo que un criado se la llevara.
-Deberías ir a verle a ver si le das alguna idea –sugirió Tyrion-. Ya sabes que no puede vivir sin ti.
-Mi querido sobrino es el rey del sarcasmo –Elise sonrió-. Pero tienes razón, quizá debería pasarme por su despacho y alegrarle el día –le guiñó un ojo.
Su piel ya estaba seca, y el sol del mediodía comenzaba a quemar, por lo que se despidió dándole un beso en la mejilla a Tyrion y bajó hasta su planta en el ascensor.
La torre de Roca Casterly era el rascacielos más alto de la ciudad, y también el más lujoso, con ochenta y ocho plantas, casi trescientos criados, veinte cocineros, cinco ascensores y un enorme y espacioso hall de recepción en el que a veces su hermano organizaba frívolas fiestas para mantener el contacto con sus conocidos adinerados. La planta de Elise era la sesenta y siete, por lo que cuando salió del ascensor, comenzó a quitarse la ropa nuevamente. Fue directa a la ducha, la cual no era nada discreta, ya que tenía vistas a la ciudad. Nunca le había preocupado que la viesen desnuda, pero estaba tan ridículamente alta que nadie llegaba a verla desde allí. Enrollada en una toalla esta vez, se metió dentro del vestidor, que tenía el tamaño de una habitación entera en una casa corriente.  Hasta ella sabía que tenía que estar presentable para ver a Tywin, así que escogió un vestido vaporoso de color granate sin mangas y con cuello de cisne abierto lo justo para que se viese una de las gargantillas que elegiría después, y que remató con un cinturón alto de escamas doradas. Escogió para el conjunto unos sencillos zapatos del mismo color del vestido. Cara al espejo, se peinó y recogió la rubia melena en un moño informal que le dejaba algunos mechones sueltos. Se puso en el cuello y en las muñecas unas gotas de perfume y, de entre todas las que tenía, eligió una sencilla cadena dorada con una pequeña lágrima roja. Iba entera vestida con los colores Lannister, salvo por los ojos, unos profundos ojos de color verde esmeralda.
Dio varias vueltas mientras se miraba en el espejo, comprobando que estaba perfecta. Se sonrió a sí misma, satisfecha con el resultado. Seguro que a su medio hermano le molestaría verla vestida con el color de su familia, a la cual le gustaba recordarle que no pertenecía legítimamente.
El despacho de Tywin estaba en el penúltimo piso, ya que el último estaba destinado a salas de reuniones. Elise danzó por los pasillos hasta llegar a la puerta. Llamó y esperó pacientemente a que la dejaran pasar.
-Hola, Ty –saludó melódicamente-. ¿Mucho lío?
Tywin le dirigió una fría y breve mirada desde detrás de su escritorio y volvió a sumergirse en el papeleo que inundaba la mesa por toda respuesta. Elise cerró la puerta tras ella y se paseó por la habitación mirando las estanterías repletas de libros de contabilidad y dirección de empresas entre otros. Lo cierto era que no envidiaba nada la posición de su hermanastro, todo aquello le parecía de lo más aburrido.
-¿Quieres algo? –dijo, mientras se quitaba las gafas, cuando al fin se dignó a dirigirle la palabra.
-Sólo quería ver cómo le iba a mi hermano favorito –la chica se encogió de hombros.
-No soy tu hermano –la corrigió el otro, visiblemente cansado de aquel tema-. Estoy ocupado, Elise.
-Sí, sí, intentando que la ciudad se trague la nueva subida de impuestos, Tyrion me lo ha dicho –Elise puso los ojos en blanco-. No pensaba que un hombre de tu reputación se preocupase por endulzarle la píldora a…
-¿A la clase obrera? –la interrumpió.
-A cualquiera, diría yo –se sentó lo más elegantemente que pudo sobre el escritorio de su hermanastro-. ¿Desde cuándo el león se preocupa por la opinión de la oveja?
-Los tiempos cambian, Elise –respondió Tywin, evitando mirarla-, y ahora que la guerra ha terminado, tengo que preocuparme por mantener la reputación de mi familia.
-Hablas como si a mí no me preocupase.
-¿Acaso lo ha hecho alguna vez?
-Me decepcionas hermano, yo…
-¡Tú sólo estás aquí porque mi padre así lo quiso! –Estalló, levantándose de un salto de la silla-. Y si no fuese porque dejó por escrito que vivirías aquí incluso cuando él muriese, ya te hubiese echado como eché a tu madre, a la que, por suerte, se le olvidó incluir en el testamento –la miró fieramente como si confiase con poder hacerla desaparecer con solo desearlo-. No somos hermanos, no somos familia, a ver si tu atolondrada cabeza te permite asimilarlo de una vez.
-Yo sólo estoy aquí porque nuestro padre se tiraba a mi madre –Elise ya no sonreía, se había levantado también y se acercaba a él, despacio, como una leona que acecha a su presa-. No creas que olvido lo que soy, Tywin, porque lo sé muy bien. Eres tú quien lo olvida –se miraron a los ojos mutuamente, el uno desafiando al otro-. Tengo tanto de Lannister como tú, como Kevan, como cualquiera de nuestros hermanos. Lo único que nos diferencia es que yo nací fuera del matrimonio, pero fue un Lannister el que plantó la semilla.
Se sostuvieron la mirada unos segundos más. Sin perder la compostura, Elise se dio la vuelta y caminó en dirección a la puerta, no sin antes desperdigar los papeles de encima del escritorio por el suelo del despacho. No se molestó en cerrar la puerta al salir. El sonido de sus tacones resonó a lo largo de todo el pasillo como único acompañante hasta que llegó al ascensor.
-¡Tú nunca serás una Lannister! –le gritó Tywin desde la puerta, antes de que ésta se cerrase de un portazo.
El ascensor la llevó hasta su planta de nuevo. Se quitó los zapatos y los lanzó a un rincón, furiosa. También lo hizo con el cinturón, en aquellos momentos la asfixiaba. Fue directa hacia el bar del que disponía en su estudio, en la parte este de la planta, y sacó una botella de whisky del caro, como cada vez que se enfadaba. No se percató de que no estaba sola hasta que terminó de servirse.
-Parece que no ha ido muy bien –Tyrion asomó su cara por detrás del libro que había cogido de una de las estanterías de su tía. Estaba sentado en uno de los sillones del estudio, pero al tener la espalda apoyada, los pies apenas llegaban al borde del asiento. Parecía un niño en una silla que le quedaba muy grande.
-Como siempre –vació el vaso de un trago y se sirvió más-. Todo amor y simpatía.
-Es un hombre testarudo –su sobrino cerró el libro y se levantó para devolverlo a su sitio-. Te favorece mucho ese vestido, por cierto. El rojo te sienta de miedo.
Aquello la hizo sonreír. Dio un nuevo trago a su vaso, esta vez bebiendo con más moderación, y se sentó en uno de los sillones de cuero blanco que solía gastar cuando le apetecía leer. Tyrion hizo un gesto hacia la botella de whisky, como pidiendo permiso. Elise asintió y el enano se sentó en el otro sillón después de servirse.
-Le encanta recordarme que me hubiese echado junto con mi madre en cuanto Tytos murió –sus ojos estaban perdidos en algún punto del suelo de madera-. Que sólo estoy aquí porque así lo ponía en su testamento.
-Y a mí me hubiese mandado con la primera caravana de feriantes que pasara por la ciudad, de no haber sido por mi madre –Tyrion bebió hasta vaciar el vaso, como había hecho ella antes, y dejó el vaso descansando en el reposabrazos del sillón-. Los dos somos errores a los que le gustaría eliminar.
-Que lo intente –Elise vació de nuevo su vaso, pero no se sirvió más; dejó el vaso en el suelo y se acomodó en el sillón como si estuviese tumbada en un sofá. El vestido que llevaba se le subió hasta cubrir lo necesario, por lo que Tyrion se esforzó por mirar hacia otro lado. Aquello le hizo gracia viniendo de él.
-Entonces, ¿no te ha mencionado nada sobre un viaje hacia el norte? –preguntó su sobrino, juntando las yemas de los dedos de ambas manos mientras la miraba.
-¿Un viaje al norte?
-De acuerdo, si no te lo ha dicho, es que no quiere que vayas –adivinó, mirando hacia otro lado, distraído; enseguida separó y juntó repetidamente la punta de sus dedos, como hacía cada vez que se le ocurría algo-. Aunque venir sería una bonita forma de demostrarle que eres de la familia, ¿no te parece?
Entendió entonces por dónde iban los tiros. No pudo sino dejar escapar una sonrisa ante la idea. Elise sabía comportarse correctamente en las fiestas que a veces organizaba su hermano, pero a él de todos modos le fastidiaba que acudiese simplemente por el miedo a que lo dejara en ridículo delante de todo el mundo. Ir al norte sería una buena forma de castigarlo por su falta de confianza.
-¿Por qué al norte? –preguntó.
-Mi querida hermana ha escrito diciendo que Jon Arryn ha muerto –explicó el enano-. Su marido Robert está empeñado en que Ned Stark ocupe su puesto, y quiere ir a pedírselo en persona.
-¿Qué puesto era? –no solía prestar atención a esas cosas, la política no iba mucho con ella-. Creo recordar que era algo bastante importante.
-Primer consejero, lo que antes se conocía como Mano del Rey.
-Ah, sí, el rey caga y la mano limpia, lo recuerdo –hizo un mohín con la nariz-. Compadezco al pobre hombre que tenga que limpiar toda la mierda de Robert.
-A lo que iba, mi padre en unos días empezará su viaje anual por los cuarteles del territorio Lannister, ya sabes que le gusta cerciorarse personalmente de que la gente hace su trabajo…
-Así que te enviará a ti al norte y dejará a Kevan al mando aquí –adivinó la chica-. El bueno de Kevan.
-Él no puede negarte nada, ya lo sabes –Tyrion sonrió-. No tendrá problemas en que me acompañes.
-Eres un genio, sobrinito –Elise sonrió de nuevo-. Lo cierto es que me vendrá bien cambiar este calor por algo más frío.
-Bastante más frío, según he oído –respondió el otro; se levantó entonces del sillón e hizo ademán de despedirse-. Deberías preparar el equipaje, pero convendría que llevaras ropa más… Abrigada –concluyó, mirando con descaro las largas piernas de su tía, apenas cubiertas por el vestido rojo que llevaba.
-Tendré que ir de compras, la última vez que tuve que llevé ropa de invierno fue hace muchos años –se levantó también y se desperezó con un bostezo.
-¿Con qué dinero? –quiso saber el enano.
-Todavía tengo algo de lo que dejó mi madre antes de que Tywin la echara –respondió Elise guiñándole un ojo-. Que tu padre no se entere.
-Soy una tumba –prometió-. Pero, ¿cuánto quiere decir “algo”? –Preguntó, enarcando una ceja.
-Bastante –tuvo que pensar un poco antes de responder con una enigmática sonrisa-. Lo suficiente como para no tener que pedirle prestado a tu hermana parte de su vestuario. Sabes que tampoco me soporta, en eso es muy parecida a Tywin.
-No insistiré entonces –Tyrion también sonrió-. Querida tía, he de atender unos asuntos, así que sabrás disculparme.
-Sí, no hagas esperar a tus amigas, o también te dejarán en la ruina –bromeó Elise-. Nos vemos a la hora de cenar.
-Por supuesto –después de despedirse, el enano abandonó la habitación y, poco después, la planta.
Elise se sintió libre para poder quitarse el vestido finalmente y pasearse desnuda por los pasillos. Después de leer un rato de uno de los antiguos libros de poemas de su madre, se decidió a comer. Lo cierto era que la charla con su sobrino le había levantado el ánimo, y la perspectiva de un próximo cambio de aires la entusiasmaba. Las sirvientas le trajeron su habitual ensalada de todos los días y luego una ración de arroz con pescado que tanto le gustaba. Como postre se decantó por una copa de macedonia que la refrescó después de la comida. Descansó durante un par de horas mientras veía una película que daban por la televisión. Era la típica historia de amor imposible que acaba bien. Elise las consideraba estúpidas, pero le gustaba fijarse en el vestuario. Ése era su verdadero amor, la ropa.
Comenzó a interesarle desde muy pequeña, cuando su madre la llevaba de tienda en tienda, probándole infinidad de vestidos. Había inculcado la vanidad en ella, que todos la mirasen allá donde estuviese se había convertido en un juego para ella, hacía que se sintiese más segura, y aquello era todo lo que tenía. Lo cierto era que la mayor parte del tiempo se sentía sola.
Algunos años después de que Tywin expulsase a su madre de Roca Casterly, Elise se dio cuenta de que no la echaba de menos. Nunca había ejercido el papel de madre, era más bien como si se tratase de un juguete en sus manos, por lo que ella aprendió a resolver sus problemas ella misma y a poner buena cara a los demás. El resultado fue que todos la consideraban una muñeca que únicamente sabía sonreír y agradar a la gente.
Podía vivir con ello.
Escogió para aquella tarde un vestido escotado del color verde esmeralda de sus ojos, con unas sandalias de tacón atadas hasta la rodilla. Cogió un bolso pequeño de cuero con tachuelas como único complemento. No sabía qué encontraría en las tiendas de la ciudad a aquellas alturas del verano, pero en alguna venderían ropa más abrigada. Al fin y al cabo, los Stark siempre tenían razón al final: se acerca el invierno.
En la calle hacía un calor bochornoso, pero aun así declinó la limusina que había aparcada en la puerta de la torre. Prefería caminar, observar los escaparates y detenerse sólo cuando ella consideraba. Como esperaba, fue difícil encontrar una tienda donde vendiesen ropa que de verdad le sirviese, pero finalmente dio con una. Jerséis de todos los colores y tipos, abrigos de plumas, de piel, de pelo, gorros, bufandas, guantes, botas e incluso capas cubiertas de pelo que daría un aspecto de oso a aquél que la llevara puesta. El dependiente estaba sentado tras el mostrador, sin prestar demasiada atención a la tienda. Era un chico joven, de pelo castaño alborotado y barba de pocos días. Llevaba puesta una camisa a cuadros con un chaleco negro encima. No levantó la vista del cómic que leía cuando entró Elise.
-No te molestes, por  favor –dijo con sarcasmo para sí misma mientras echaba un vistazo a ver por dónde podía empezar a mirar.
Vestir de invierno no iba con su estilo, pero no quería coger una pulmonía cuando fuese a Invernalia. Desechó los primeros jerséis mientras creaba imágenes mentales de los conjuntos que podría hacer con ellos. Comprendió que era un caso perdido así que pasó a los abrigos. Se probó varios delante del espejo de la tienda hasta que dio con un par que le gustaron, uno de pelo negro pero corto hasta la cintura, y el otro, una gabardina del mismo color que le llegaba hasta las rodillas. Los dejó sobre el mostrador, donde el dependiente parecía haberse dado cuenta de que tenía una clienta al fin, y fue a coger unos vaqueros. Trató de recordar qué talla usaba, cogió unos que le pareció que le quedarían bastante ajustados, y fue a probárselos. Buscó los probadores con la mirada. Estaban al fondo de la tienda, casi al lado del mostrador, pero tenían pinta de no ser muy íntimos.
-¿Necesitas ayuda? –le preguntó el chico, poniéndose en pie.
-No, gracias –respondió, después de echarle un buen vistazo.
“Es más alto de lo que pensaba” pensó Elise con cierto agrado, “y más guapo”. Lo cierto era que el chico era bastante guapo, a pesar de ser unos años más joven que ella. Se metió dentro del pequeño cubículo y echó la cortina. Ya se había quitado el vestido cuando el dependiente creyó oportuno interrumpirla.
-Deberías probártelos con este jersey, oh, lo siento… –había abierto la cortina con la intención de que pareciese un fallo inocente, pero la expresión descarada lo delataba.
Elise cogió el jersey y volvió a cerrar la cortina, pero sonrió, divertida. ¿Quería jugar? Bien, le daría juego. Antes, se probó el conjunto y pudo comprobar que el chico no se equivocaba, no quedaba tan mal. Era ancho y corto, dejando ver el ombligo, para llevarlo con una camiseta debajo.
-Me gusta –dijo, haciéndose oír por si el chico estaba más lejos; se quitó la ropa de nuevo y abrió esta vez ella la cortina, completamente en ropa interior-. Aunque creo que voy a probarme ese chaleco que llevas puesto.
El chico la miró entre sorprendido y confundido. Aquella cara lo hacía parecer más mono todavía. Elise sonrió. Puede que fuese unos años mayor, pero su cuerpo seguía dejando sin habla a todo aquel que miraba.
-¿A qué esperas?

Finalmente, el chico pareció comprender, sonrió de forma traviesa y se quitó el chaleco.

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