Alexis
Desde su escondite detrás de un muro derrumbado casi por
completo observó cómo una fila de furgonetas negras se alejaba del pueblo. Se
aferró al bulto que portaba con ella con más fuerza. Le habían dicho que, si no
volvía con él, más le valía no regresar. Alexis estaba acostumbrada a las
amenazas, no le importaba una más. También lo estaba a las palizas cuando hacía
algo mal, pero había mejorado con el tiempo, haciendo que éstas fuesen menos
frecuentes. Volvió a asomarse nuevamente por encima el muro. La última de las
furgonetas desaparecía tras una nube de polvo a una distancia segura para que
pudiese salir de su escondrijo la pequeña población del lugar. Pentos no era el
hogar ideal para nadie con dos dedos de frente, siempre acosada por traficantes
y mafias que se aprovechaban hasta del más pobre de los lugareños. Y sin
embargo, allí habían ido a parar, a aquel lugar de mala muerte, de paisaje casi
desértico, de gente desconfiada y precavida que luchaba cada día por seguir
viva.