Freya
Tras la ventana, el mundo era todo blanco. La nieve lo
cubría todo como un gran manto helado. El Norte siempre ha pertenecido a los
Stark. Prácticamente medio país era suyo, y sería de su hermanastro Robb cuando
su padre delegase en él. O muriese.
Freya sacudió la cabeza y fijó la vista en un punto de la
página de su libro. La voz del Maestre Luwin flotaba en el ambiente como el
sonido de un moscardón aburrido y tedioso al que procuraba no prestar atención.
A su lado, Robb jugueteaba con un bolígrafo entre los dedos, aparentemente tan
aburrido como ella. No eran muy parecidos, ella se parecía más a su mellizo,
Jon. Robb tenía el pelo color castaño cobrizo, como las hojas de otoño, y unos
ojos de un profundo azul marino. Mientras que él había nacido de forma legítima
y apartado de la guerra, Freya y su hermano lo habían hecho a medio mundo de
distancia. Su padre los había traído consigo al terminar, cosa que no le había
hecho mucha gracia a su señora esposa.
Jon y Freya Nieve tenían el pelo negro como el carbón, él
rizado y alborotado, ella largo y liso. Jon no era de espaldas anchas, como
Robb, pero aun así tenía mucha fuerza. Freya era delgada a su vez, pero sabía
defenderse. En lo que más se parecían era en los ojos, los dos tenían unos ojos
grises, fríos como el hielo. Siendo hermanos bastardos, se parecían más a su
padre que el propio Robb, el primogénito legítimo. Pero a pesar de todo,
siempre habían estado los tres juntos. Desde el día en que empezaron a
corretear por la vieja mansión, se habían hecho inseparables.
Los ojos de Freya volvieron al mundo más allá de la ventana.
Por desgracia, no era más entretenido que el del interior. Blanco, silencioso y
aburrido, adornado únicamente por un cuervo que graznaba varias ventanas más
allá. No pudo reprimir un bostezo.
-¿Señorita Nieve? –Freya dio un respingo en su silla y
volvió la vista al frente-. ¿La estoy aburriendo?
El Maestre Luwin la observaba desde detrás de sus enormes
gafas, tan anticuadas como el traje marrón que llevaba. El poco pelo que le quedaba
era tan blanco como la nieve de fuera, y su rostro arrugado reclamaba, con su
seria expresión, una respuesta.
-Eh… No –respondió, avergonzada-. No he dormido muy bien
esta noche.
-No ha dormido bien –repitió el Maestre; Freya asintió-. Sin
duda, si se acostase más pronto, dormiría lo que debe dormir. –Sus mejillas se
tiñeron de rojo y comenzó a enfadarse. ¿Qué sabía el Maestre Luwin sobre su
horario de sueño? Era cierto que había dormido mal, una pesadilla la había
despertado en mitad de la noche y le había costado horrores conciliar el sueño
de nuevo-. ¿Puede decirme qué era lo que estaba explicando ahora?