Freya
Tras la ventana, el mundo era todo blanco. La nieve lo
cubría todo como un gran manto helado. El Norte siempre ha pertenecido a los
Stark. Prácticamente medio país era suyo, y sería de su hermanastro Robb cuando
su padre delegase en él. O muriese.
Freya sacudió la cabeza y fijó la vista en un punto de la
página de su libro. La voz del Maestre Luwin flotaba en el ambiente como el
sonido de un moscardón aburrido y tedioso al que procuraba no prestar atención.
A su lado, Robb jugueteaba con un bolígrafo entre los dedos, aparentemente tan
aburrido como ella. No eran muy parecidos, ella se parecía más a su mellizo,
Jon. Robb tenía el pelo color castaño cobrizo, como las hojas de otoño, y unos
ojos de un profundo azul marino. Mientras que él había nacido de forma legítima
y apartado de la guerra, Freya y su hermano lo habían hecho a medio mundo de
distancia. Su padre los había traído consigo al terminar, cosa que no le había
hecho mucha gracia a su señora esposa.
Jon y Freya Nieve tenían el pelo negro como el carbón, él
rizado y alborotado, ella largo y liso. Jon no era de espaldas anchas, como
Robb, pero aun así tenía mucha fuerza. Freya era delgada a su vez, pero sabía
defenderse. En lo que más se parecían era en los ojos, los dos tenían unos ojos
grises, fríos como el hielo. Siendo hermanos bastardos, se parecían más a su
padre que el propio Robb, el primogénito legítimo. Pero a pesar de todo,
siempre habían estado los tres juntos. Desde el día en que empezaron a
corretear por la vieja mansión, se habían hecho inseparables.
Los ojos de Freya volvieron al mundo más allá de la ventana.
Por desgracia, no era más entretenido que el del interior. Blanco, silencioso y
aburrido, adornado únicamente por un cuervo que graznaba varias ventanas más
allá. No pudo reprimir un bostezo.
-¿Señorita Nieve? –Freya dio un respingo en su silla y
volvió la vista al frente-. ¿La estoy aburriendo?
El Maestre Luwin la observaba desde detrás de sus enormes
gafas, tan anticuadas como el traje marrón que llevaba. El poco pelo que le quedaba
era tan blanco como la nieve de fuera, y su rostro arrugado reclamaba, con su
seria expresión, una respuesta.
-Eh… No –respondió, avergonzada-. No he dormido muy bien
esta noche.
-No ha dormido bien –repitió el Maestre; Freya asintió-. Sin
duda, si se acostase más pronto, dormiría lo que debe dormir. –Sus mejillas se
tiñeron de rojo y comenzó a enfadarse. ¿Qué sabía el Maestre Luwin sobre su
horario de sueño? Era cierto que había dormido mal, una pesadilla la había
despertado en mitad de la noche y le había costado horrores conciliar el sueño
de nuevo-. ¿Puede decirme qué era lo que estaba explicando ahora?
Jon la miraba desde su asiento de delante. Movía los labios,
tratando de soplarle la respuesta. Una palabra, no, dos. Política actual.
-Los cambios realizados en el gobierno –respondió casi de
inmediato-. Hace doscientos años volvió a instaurarse la herencia de poder por
sangre en lugar de voto, y eso generó diferencias entre las familias. Cierto
que el nivel de vida no es el mismo, pero si la familia que gobierna lo hace
correctamente, el pueblo entero prospera.
-Siempre sorprendente su capacidad de atención, ¿sabría
decirme qué estructura política se utiliza ahora?
-Hay siete familias mayores –recitó-. Baratheon, Lannister, Martell, Tyrell, Tully, Arryn
y los Stark. Entre las siete rigen todo el país, pero una de ellas tiene
la supremacía, algo así como una monarquía –. Miró al Maestre Luwin, que
asintió ante la comparación-. Desde después de la Revuelta, dicha supremacía
está en posesión de los Baratheon, gracias a Robert.
-¿Y antes?
-Los Targaryen. Se hicieron con el poder cuando se instauró
la herencia por sangre, pero la familia cayó en desgracia en sus últimos
momentos, originando la Revuelta. Aerys estaba loco.
Una vez el Maestre estuvo contento con el interrogatorio y
volvió a seguir leyendo de su libro de texto, Freya intercambió una sonrisa con
Robb y Jon. Su hermanastro suspiró aliviado, sabía de sobra que si le hubiese
preguntado a él, no hubiese sabido qué responder, y Jon siempre prestaba
atención a las clases. Ella iba por libre, le gustaba aprender por su cuenta,
leyendo los libros de la biblioteca de la mansión en vez de escuchar las largas
peroratas de Luwin. Como Starks, una de las familias gobernantes, en lugar de
ir al instituto como el resto de chicos normales, estudiaban en casa incluso a
pesar de ser bastardos. A veces, Freya los envidiaba. Quería a sus hermanos,
pero las clases en la mansión le impedían conocer más gente.
Una hora más tarde, pudieron salir de la biblioteca. Era el
turno de las lecciones de sus hermanos más pequeños, Sansa, Arya y Brandon.
Rickon todavía era demasiado pequeño para entender algo de lo que decía el
Maestre Luwin, así que disfrutaba correteando de aquí para allá, muchas veces
acompañado de su madre. Los tres se dirigieron al patio interior de la mansión,
bromeando sobre el eterno aire vintage del Maestre Luwin. Tenían unos minutos
antes de la preparación física, así que se pusieron los abrigos y salieron al
pequeño claustro de piedra. Allí, la nieve apenas llegaba, pero no por ello el suelo
estaba menos resbaladizo. La solitaria estatua que reinaba allí tenía una
mirada igual de fría que el clima. Era una mujer cubierta con una capucha, con
una mano sobre el corazón mientras que con la otra sujetaba un farol. Mucho
tiempo antes, se encendía todas las noches por una antigua creencia.
Freya y Jon fueron a la esquina más cercana, les servía para
protegerse del frío, mientras Robb se acercaba a la estatua y, no sin antes
percatarse de que nadie más lo observaba, sacaba del farol un paquete de tabaco
y un mechero. Regresó junto a ellos mientras se encendía un cigarrillo. Freya
cogió el paquete e hizo lo mismo antes de tendérselo a su hermano.
-Creía que no iba a callarse nunca –suspiró Robb después de
exhalar el humo de una calada- Apenas puedo con sus clases ya.
-Deberías prestar más atención –respondió Jon mientras
intentaba encender su cigarro, sin éxito-. Al fin y al cabo, Invernalia será
tuya algún día.
-Trae –su hermana le cogió el cigarro y le tendió el suyo,
ya encendido-. El viejo es un aburrido, ¿qué quieres? Consigue que hasta los
temas más interesantes se vuelvan insoportablemente aburridos.
-¿Qué hay de interesante en el comercio de pescado de las
Islas del Hierro? –se quejó Robb sobre uno de los temas de aquella mañana.
-Mientras ellos sigan trayendo pescado, será difícil que
incluso en invierno el pueblo pase hambre –respondió su medio hermana.
-Y mientras sigamos pagándoles, no volverán a levantarse
–añadió Jon, refiriéndose a la última revuelta organizada por Balon Greyjoy, a
la que su padre puso fin.
-No volverán a levantarse mientras Theon esté aquí
–respondió Robb.
-Ese capullo vive mejor que nadie –Freya dio una calada a su
cigarro-. Le da igual perderse las clases con tal de dormir un poco más.
Su hermanastro calló. Había olvidado que se llevaba bien con
el chico del hierro. Freya podía comprenderlo, con él se comportaba de forma
agradable. A ella y a Jon los trataba como si fuesen basura, pero era peor
cuando Robb no estaba delante. Nunca sentiría simpatía por Theon Greyjoy, y su
hermano tampoco. Sin embargo, era el “invitado” de su padre desde los ocho
años, tenían que aguantarlo. Todo el mundo lo llamaba invitado. La palabra
exacta era “rehén”.
Terminaron de fumar y
volvieron al interior de la mansión. Esta vez se dirigieron al gimnasio,
recorriendo varios pasillos hasta llegar al otro extremo de la finca. La clase
de preparación física los enseñaba a pelear cuerpo a cuerpo por si llegaba el
día en que tuviesen que defenderse, lo cual, siendo hijo de una gran familia,
no era extraño que sucediese. Hacía unos meses les había llegado la noticia de
que una banda callejera de Fuerte Terror le había dado una paliza a Domeric
Bolton hasta matarlo. Corrían rumores de que había sido el propio hijo bastardo
de Roose Bolton quien los había contratado, pero nadie había conseguido
demostrarlo.
Rodrik Cassel los estaba esperando ya en el gimnasio. Era un
hombre ya mayor, cuyo bigote blanco recordaba a una gaviota a punto de alzar el
vuelo, pero no por ello intimidaba menos. Espaldas anchas, brazos fuertes,
espalda erguida, era el maestro ideal, al menos uno de ellos. Rodrik era el que
lo supervisaba todo, incluso a veces se peleaba personalmente con los chicos,
pero había varios maestros especializados en distintos tipos de combate. Freya
solía entrenar con Yikar. No tenía apellido, venía de las tierras de más allá
del mar Angosto, y además era bastardo, como ella y Jon. Tenía un estilo de
lucha distinto, más agresivo y menos elegante, pero a Freya le gustaba.
Después de cambiarse en los vestuarios cada cual se fue con
su entrenador. Theon no tardó mucho en llegar con esa arrogante sonrisa de
superioridad y el chándal ya puesto. Era típico de él saltarse las clases que
creía conveniente. A Freya no le preocupaba, tenía “inútil” escrito en la
frente. Lo que no le gustó fue la mirada que le dedicó, recorriéndola de arriba
abajo como si nunca hubiese visto una mujer.
No se molestó en ocultar una mueca de desagrado, pero se
aseguró de ponerse a estirar justo en el momento exacto en el que Robb y él
empezaban a pelear. Como esperaba, el chico del hierro se quedó mirándola
demasiado y Robb lo derribó en apenas dos movimientos. Sonriendo para sí, Freya
terminó el calentamiento, se recogió el pelo en una coleta alta y se centró en
su clase con Yikar. A unos metros de ellos, Jon le daba puñetazos a un saco de
boxeo bajo la mirada de su instructor. “Siempre le ha quedado bien el chándal”
pensó, ligeramente distraída.
-Bien, ¿recuerdas la lección anterior? –le preguntó Yikar,
devolviéndole los pies a la tierra.
-Sí, claro –respondió, sonriendo.
Las dos horas siguientes Freya lanzó y recibió patadas y
puñetazos. Yikar estaba en forma, había crecido peleando para defenderse en el
poblado de su niñez, y a pesar de que todavía era joven, apenas unos siete años
mayor que ella, estaba bien curtido. Como en todas las clases, Freya hizo lo
posible por derrotarlo, pero el chico parecía imbatible.
-Venga, una vez más –insistió-. Una más y hemos terminado.
Freya se lo quedó mirando mientras recuperaba el aliento. La
piel tostada de Yikar lo delataba como extranjero, pero nunca lo había visto
avergonzado de sus orígenes. Tenía el pelo negro recogido en una pequeña
coleta, pero suelto Freya sabía que le llegaba hasta los hombros. Él tampoco se
quedaba corto mirándola con esos ojos suyos color miel, pero ella ya estaba
acostumbrada. De hecho, eran miradas que incluso le gustaban, la hacían
sentirse a gusto.
Cuando estuvo lista, Yikar dio la señal. Nuevamente empezó
su baile, y aguantó bien los primeros minutos, pero acabó igual que los otros,
con ella en el suelo y él ayudándola a levantarse. Oyó las risas de sus
hermanos y del chico del hierro, lo cual hizo que le hirviese la sangre de pura
rabia.
-¿A alguno le gustaría probar? –preguntó su instructor al
percatarse de que ella estaba apretando los puños.
-¿Contigo? –se envalentonó Theon, con aquella sonrisa
burlona a la que Freya tanto le gustaría golpear.
-No, con ella –repuso el otro.
Freya se los quedó mirando a los tres, esta vez divertida.
Ninguno quería pelear con ella porque era una chica, lo cual le parecía
absurdo.
-No me gusta pegar a las mujeres –Theon se cruzó de brazos, manteniendo aquella
sonrisa arrogante.
Sin embargo, Robb la miraba pensativo. No tardó en dar un
paso adelante y en ofrecerse, lo cual arrancó una sonrisa de satisfacción en
Freya. Su hermanastro había estado ganando a Theon cada vez que el instructor
los enfrentaba, así que si Freya derribaba a Robb, tal vez le cerrase la bocaza
al chico del hierro.
-Intentaré no ser muy duro contigo –le dijo cuando
estuvieron cara a cara, con una sonrisa con un punto de arrogancia.
-Intentaré no patearte mucho el culo –le respondió ella,
devolviéndole la misma sonrisa.
A la señal de Rodrik, la pelea empezó. Durante los primeros
segundos, estuvieron estudiándose el uno al otro. Freya sabía que el fuerte de
Robb era la defensa, pero ella practicaba un estilo de lucha en el que el
fuerte era el ataque. La decisión era difícil. Trató de recordar lo que había
visto hacer a su hermano.
Su primer ataque fue a las piernas. Como pensaba, lo pilló
desprevenido, y Robb se tambaleó. Hizo
amago de agarrarle un brazo, pero ella fue más rápida, giró, y le soltó una
patada al pecho. Su hermano le agarró el pie cuando lo tuvo al alcance, pero en
vez de frenarse, Freya lo usó a su favor, y con la pierna libre le dio una
buena patada en el estómago, haciendo que los dos cayesen al suelo. Freya se
levantó rápidamente, pero Robb ya estaba fuera de combate. Sonrió, satisfecha,
y dedicó una mirada de suficiencia al resto de espectadores. Su hermano la
sonreía, entre divertido y orgulloso. La cara de Theon estaba blanca como el
papel.
Ayudó a Robb a ponerse de pie. Se notaba que había herido su
orgullo, pero no le guardaba ningún rencor a su hermana. Jon se les acercó y
rodeó los hombros de su melliza abrazándola con fuerza.
-Tal vez tengas que contratarla como guardaespaldas –bromeó,
dirigiéndose a su hermanastro.
-No la tomarían en serio –repuso Robb, pero aun así
sonreía-. Parece mentira que alguien tan enclenque pegue con tanta fuerza
–añadió, frotándose el estómago.
-¿Me he pasado? –preguntó Freya.
-Nada que no se arregle con una buena comida –respondió,
quitándole importancia-. Bien jugado, hermanita, la próxima no lo tendrás tan
fácil.
Tras una buena ducha en los vestuarios, los cuatro fueron a
comer. El gran comedor de la mansión tenía como centro una gran mesa de caoba
rodeada por una docena de sillas. Una sencilla lámpara de araña estaba
suspendida sobre ella, con elegantes y discretas cuentas de cristal, muy
diferente de aquellas que solían verse en teatros, museos, y demás edificios de
carácter antiguo. La estancia constaba de tres grandes ventanales, que ayudaban
con la iluminación, que daban al patio del jardín trasero, de suelo de piedra y
presidido por una fuente, apagada en aquellos momentos. El resto de paredes
estaban adornadas con pinturas y tapices que retrataban la grandeza de su
familia en el pasado. El tapiz central mostraba el emblema familiar, un lobo
huargo gris sobre un fondo blanco.
A la mesa estaban sentados ya el resto de sus hermanos.
Sansa tenía su larga cabellera pelirroja recogida en una sencilla trenza, iba
bien arreglada, y pese a su corta edad, ya se había aficionado al maquillaje.
Su otra hermana, Arya, no ponía tanto empeño en su aspecto. Se parecía más a
ella y a Jon, no sólo de aspecto, sino también de carácter. En aquellos
momentos hacía rabiar a Bran con una especie de juego con las manos, que
consistía en retirar la mano antes de que el otro le diese un golpe. Rickon, el
más pequeño de todos, estaba sentado sobre una pila de cojines para llegar a la
mesa, al lado de su madre, Catelyn, quien, como de costumbre, los recibió con
una sombría mirada. La mujer de su padre nunca les había tenido un gran aprecio
a ella y a su hermano. Tanto Freya como Jon saludaron con cortesía antes de
sentarse al otro lado de la mesa, dejando que Robb y Theon se interpusieran. No
tardaron en percatarse de quién faltaba.
-¿Dónde está padre? –murmuró Freya a su mellizo-. No es
normal que llegue tarde.
-Seguro que no tarda mucho –respondió-. Igual tiene algún
asunto importante de última hora.
No apareció hasta la mitad de la comida, y la cara que traía
consigo no auguraba nada bueno. Se sentó a comer en frente de su esposa, disculpándose
por el retraso. Eddard Stark era un hombre corpulento, de semblante serio,
intimidante para aquellos que no tenían trato con él, pero bueno y cariñoso con
su familia. Incluso con sus hijos bastardos.
-Resulta que la patrulla ha encontrado a un desertor de la
Guardia de la Noche viajando hacia el sur –comentó después de tragar un pedazo
del pollo horneado que tenía en el plato-. Esta tarde tengo que ir a
encargarme.
-No es un tema que debamos tratar en la mesa –respondió
Catelyn, señalando levemente con la cabeza al pequeño Rickon que jugaba con un
trozo de patata.
-No hay otro momento –replicó su marido-. En cuanto
terminemos, tenemos que irnos. Vendrán los mayores, sin excepción. Y también
Bran.
Como movido por un resorte, Brandon saltó en su silla.
Parecía alegre de poder formar parte al fin de los asuntos de la familia, pero
su madre no parecía estar de acuerdo.
-Sólo tiene diez años –Catelyn había bajado el tono de voz-.
No es edad para que vea esas cosas.
-Tarde o temprano tendrá que empezar a hacerlo –el tono de
Ned no admitía réplica alguna-. No vas a poder protegerlo eternamente.
Freya pudo ver cómo el rostro de Catelyn permanecía
inexpresivo, salvo por la mirada que le dirigió a su esposo. Luego, volvió a
centrar su atención en el pequeño Rickon y en su plato de comida. Su padre
paseó la mirada por el resto de la mesa, hasta encontrarse con la mirada de su
hija.
-Sabes que tú puedes quedarte si lo deseas, Freya.
-No, iré, no es la primera vez que lo veo –le molestó que
intentase dejarla fuera. Detestaba que la tratasen como una niña enclenque sólo
por haber nacido mujer.
-Tienes el carácter de tu tío Brandon –la miraba con
nostalgia, haciendo caso omiso de la furibunda mirada que le dedicaba Catelyn-.
El norte corre por tus venas. Seguro que hasta peleas igual de bien que él.
-Deberías haber visto la paliza que le ha pegado hoy a Robb,
padre –dijo su hermano Jon-. En menos de cinco minutos estaba en el suelo.
Eddard Stark rió, acompañado por Jon y la pequeña Arya.
Sansa le dedicó a Freya una mirada de desprecio propia de un snob y continuó
ignorándola. En aquello se parecía mucho a su madre, los bastardos no le
parecían dignos de sentarse a la mesa de los Stark.
-¿Cuándo me enseñarás a hacerlo? –le preguntó Arya,
entusiasmada.
-Cuando seas más mayor –respondió Freya-. Tienes que comer y
hacerte fuerte –le guiñó un ojo con una sonrisa.
Cuando hubieron terminado la comida, cada cual fue a su
habitación para prepararse para el viaje. Debían ir al puesto avanzado que
tenían a una hora de distancia en coche, al noreste. Freya se vistió con unos
vaqueros ajustados pero que abrigaban bastante y un jersey de lana granate.
Recogió su pelo en una trenza de espiga y cogió su anorak.
Pasó por el cuarto de su hermano Bran para comprobar si estaba
listo. Estaba sentado en la cama, inclinado sobre sus pies. Parecía estar
lidiando con sus botas para la nieve. Freya se acercó y empezó a atárselas
correctamente.
-¿Te has abrigado bien? –le preguntó con una sonrisa.
-Llevo dos camisetas y el jersey –respondió-. Yo nunca tengo
frío.
-Debes llevarte la chaqueta también.
-¡Pero pesa mucho!
-Eso es porque abriga más –le pellizcó cariñosamente la
mejilla una vez le hubo atado los cordones-. Créeme, hace mucho frío fuera.
Bran parecía algo inseguro, pero no por el clima que pudiese
hacer en el exterior. Miró a su medio hermana con angustia.
-¿Da miedo? –le preguntó en voz baja.
Freya se sentó a su lado en la cama. Pensó en la primera vez
que ella lo había visto, tres años atrás. Su padre no la hubiese llevado de no
ser porque ella prácticamente se lo suplicó. Quería sentirse una más de sus
hermanos, ellos ya habían ido un par de veces a verlo. Jon había intentado
disuadirla, pero Freya quería demostrar que era tan dura como ellos. Cuando vio
cómo su padre ejecutaba al desertor, sintió que algo nacía dentro de ella, algo
que clamaba a gritos justicia, la justicia que su padre impartía. Recordaba
haber tenido alguna pesadilla al respecto, más de una noche había acabado en la
habitación de Jon, con su hermano susurrándole hasta que se dormía que no era
más que un sueño. Después de haberlo visto unas cuantas veces más, no podía
decir que se hubiese acostumbrado, pero las pesadillas ya no la perseguían.
-Esos hombres hacen un juramento, Bran –respondió-. Un desertor
es alguien muy peligroso, porque sabe que ya no tiene nada que perder.
-Lo sé.
-Padre hace lo correcto –siguió-. Debes acostumbrarte a ver
estas cosas. No da tanto miedo como crees.
Bran asintió, algo más seguro. Se levantó y fue a coger su
abrigo del armario. Freya se levantó también para salir de la habitación cuando
se encontró con que la madre de Bran la miraba desde la puerta con cara de
pocos amigos. Bajó la mirada y pasó por su lado como si no la hubiese visto. Estaba
acostumbrada a la frialdad con la que los trataba a ella y a Jon, pero nunca se
sentía cómoda en su presencia si su padre o sus hermanos no estaban delante.
Viajaron en dos coches, lo cual Freya agradeció. No
soportaba estar con Theon más de lo necesario. Ella viajó con Jon y dos de los
hombres de su padre, el resto iba en el otro coche. Fue una hora de coche en la
que sólo se veía paisaje montañoso, con algún pequeño pueblo a lo lejos,
bastante monótono. Agradeció poder salir y estirar las piernas al llegar.
El puesto avanzado no era muy grande, un recinto vallado con
alambre de espino con una pequeña edificación de cemento gris que resultaba
fría y deprimente. Había un par de camiones militares aparcados allí, y un
hombre uniformado, con el blasón Stark sobre el pecho, montaba guardia en la
puerta armado con un rifle. En cuanto su padre se adelantó, el soldado se
apresuró a abrir la verja. Bran parecía asustado de nuevo, pero se esforzaba
por ocultarlo, tal vez por miedo a que sus hermanos se burlasen de él. No iban
a hacerlo, Freya lo sabía. No en algo como aquello.
El interior del edificio era casi tan deprimente como el
exterior. Ventanas con rejas, humedades en el techo y las paredes y un pequeño
televisor y una radio antigua como parte del austero mobiliario. El desertor
estaba esposado, sentado en una silla, custodiado por otros dos hombres.
Murmuraba algo que Freya no llegaba a entender. Tenía el uniforme negro,
característico de la Guardia de la Noche, pero bastante desgastado y
descolorido. El pelo grasiento daba señales de haber sido rubio en un pasado.
Freya juzgó que el detenido apenas tendría veinte años. Se forzó a no dedicarle
más tiempo, ya que luego sería más difícil de ver.
Su padre levantó la mirada del informe que estaba leyendo.
Con un gesto de cabeza, indicó a los soldados que custodiaban al chico que lo
levantasen de la silla y lo pusiesen de rodillas. El muchacho apenas se
resistió, parecía haber asumido ya su destino.
-¿Unas últimas palabras, chico? –preguntó su padre al tiempo
que cargaba la pistola.
Freya buscó a tientas la mano de su hermano Jon, quien se la
apretó con fuerza. Se había acostumbrado demasiado a hacerlo, pero hacía que la
visión fuese más fácil de soportar.
-Vi lo que vi –dijo el chico-. Vi a los Caminantes Blancos.
-Los Caminantes Blancos son sólo un cuento de viejas
–intervino Theon, quien parecía no poder mantener la boca cerrada.
-Yo los vi –insistió el otro-. Vi cómo mataban a mis
compañeros –alzó su mirada para mirad a Ned-. Sé que soy un desertor, sé que
debí de volver para avisarles, pero el miedo me pudo. Decídselo, por favor.
Decidles que los Caminantes Blancos han despertado.
Agachó la cabeza, aceptando su inminente castigo. Su padre
se acercó.
-En nombre de Robert, de la casa Baratheon, el primero de su
nombre, gobernante y protector de los siete reinos unidos en uno, yo, Eddard,
de la casa Stark, te sentencio a morir.
Tres tiros, tres disparos certeros que hicieron que el
cuerpo sin vida del muchacho se desplomase sobre el frío suelo de cemento, que
no tardó en llenarse de sangre. Observó a Bran, con el rostro pálido, aunque
inexpresivo. Aquello sin duda lo habría cambiado para siempre.
Cuando vio que Theon se acercaba y le daba una patada al
cadáver cuando su padre no miraba, sintió que ya no pudo más.
-Vámonos de aquí –le susurró a su hermano.
Una vez fuera, dejó que el aire frío le inundara los
pulmones, ayudándola a superar la tensión. A su lado, Jon suspiró.
-¿Quieres que demos un paseo antes de volver? –le preguntó-.
Te sentará bien.
-Sí, por qué no, mientras esté lejos de ese idiota,
cualquier cosa me vendrá bien.
Salieron del recinto para adentrarse en el bosque que había
cerca. Había un río en las proximidades, así que decidieron ir hasta allí y
luego volver. Poco a poco, Freya fue sintiéndose mejor. Sacó de su bolsillo el
paquete de tabaco que había conseguido ocultar y le ofreció uno a su hermano.
Los cigarrillos estaban casi consumidos del todo cuando llegaron al río.
-¿Qué es eso? –preguntó Freya, señalando un enorme bulto
gris que había cerca de la orilla.
-Parece un animal, pero es enorme –respondió Jon.
Conforme se acercaban, podían oír pequeños gemidos que
provenían del cuerpo de la bestia. Era un enorme lobo muerto con cinco pequeños
cachorros intentando guarecerse del frío. Ambos se quedaron boquiabiertos.
-¿Qué deberíamos hacer? –preguntó Freya.
-No podemos dejarlos morir de frío –respondió su hermano.
-¡Eh, vosotros! –La voz de su hermano Robb los sobresaltó-.
Si vais a perderos por ahí, al menos avisadnos. Siempre me ha gustado explorar
el terreno –cuando vio el enorme cadáver y los pequeños lobos, se quedó tan
sorprendido como ellos-. ¿Qué es eso?
-Una madre con sus crías –respondió Jon-. ¿No vienes con
Theon?
-Se ha quedado lanzando pullas a los soldados –dijo Robb,
quitándole importancia-. No podemos dejarlos ahí, morirán en poco tiempo.
Se acercó y cogió un par de cachorros, tendiéndoselos a
Freya. Era como tener una bola de pelo temblorosa en busca de calor. Los puso
dentro de su abrigo, cuando detrás de ellos llegaron su padre, Theon, Bran, y un par de soldados.
-¿Se puede saber qué hacéis aquí? –Preguntó su padre; al ver
el cadáver y a los cachorros que Freya intentaba dar calor, la expresión le
cambió-. Son lobos, no son mascotas, Freya.
-Pero no podemos dejar que mueran así –replicó ella.
Bran se acercó y ella le tendió uno de los cachorros que intentaba
calentar, una pequeña bolita gris que temblaba. El niño estaba encantado.
-Por favor, padre –suplicó, dejando que el cachorro le
lamiese la mejilla.
-Crecerán, y se convertirán en bestias, estos no son como
los perros.
-Señor –intervino Jon-, el huargo es el emblema de la
familia Stark. Hay cinco cachorros, uno por cada hijo Stark.
Freya comprendió lo que trataba de hacer su hermano. Los
había excluido a ambos de la familia para que los pequeños lobos tuviesen un
hogar. Su padre los miró a ambos durante unos segundos, luego a Robb, quien
tenía otros dos cachorros en las manos, y lo miraba casi tan suplicante como
Bran. Derrotado, asintió.
-Los alimentaréis vosotros –concluyó-, los adiestraréis
vosotros, y si se mueren, vosotros cavaréis sus tumbas.
El suspiro de alivio fue general. Robb le dio los otros dos
cachorros a Theon, quien se fue siguiendo a su padre. Freya le dio el cachorro
que le quedaba a Robb, quien había cogido al último. La miró, interrogante.
-Nosotros no somos Stark –dijo, encogiéndose de hombros.
-Sois tan hermanos míos como Bran, Rickon, Arya y Sansa
–repuso Robb-. Pero agradezco lo que habéis hecho.
Se puso en marcha, detrás de los otros, seguido de Bran.
Ella se demoró un poco más mirando el enorme cuerpo de la loba, junto a su hermano.
-Ha sido muy noble eso que has hecho –le dijo. Él se encogió
de hombros.
-Supongo que quería que Bran superase el día de hoy con algo
agradable –respondió.
Freya le sonrió. Era tan típico de Jon preocuparse por sus
hermanos que hasta se sacrificaría por ellos de tener la oportunidad. Sin
embargo, a ellos dos los unía algo distinto. Habían venido al mundo juntos, los
unía el mismo pasado, la misma tara. Fue en ese momento cuando realmente se
sintió bastarda, fuera de lugar. No había pensado nunca en ello hasta aquel
momento. Como si le leyese el pensamiento, su hermano pasó un brazo sobre sus
hombros, abrazándola, y le dio un cariñoso beso en la sien, como solía hacer
cada vez que la notaba triste.
-Vamos, tenemos que volver –le dijo.
-Sí –trató de reponerse; entonces escuchó un nuevo gemido,
más débil, más lejano-. ¿Oyes eso?
Jon aguzó el oído.
-Viene de allí –se acercó a unos arbustos cercanos y se
agachó. Volvió a incorporarse con dos nuevos cachorros, dos pequeños copos de
nieve idénticos-. Fíjate, gemelos –bromeó.
-Mellizos –lo corrigió Freya, con una sonrisa-. Ese de
ahí es chica.
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