Alexis
Desde su escondite detrás de un muro derrumbado casi por
completo observó cómo una fila de furgonetas negras se alejaba del pueblo. Se
aferró al bulto que portaba con ella con más fuerza. Le habían dicho que, si no
volvía con él, más le valía no regresar. Alexis estaba acostumbrada a las
amenazas, no le importaba una más. También lo estaba a las palizas cuando hacía
algo mal, pero había mejorado con el tiempo, haciendo que éstas fuesen menos
frecuentes. Volvió a asomarse nuevamente por encima el muro. La última de las
furgonetas desaparecía tras una nube de polvo a una distancia segura para que
pudiese salir de su escondrijo la pequeña población del lugar. Pentos no era el
hogar ideal para nadie con dos dedos de frente, siempre acosada por traficantes
y mafias que se aprovechaban hasta del más pobre de los lugareños. Y sin
embargo, allí habían ido a parar, a aquel lugar de mala muerte, de paisaje casi
desértico, de gente desconfiada y precavida que luchaba cada día por seguir
viva.
Alexis se levantó, todavía bien agarrada al paquete. Se
sacudió el polvo y la arena de la ropa con la mano libre, aunque con las botas
no había nada que hacer. Daba gracias por lo resistentes que eran, estaban
hechas para aguantar una guerra entera si era preciso, de color negro,
discreto, ideal para alguien de su posición. Se acercó a la ventana rota de una
casa cercana y observó en su reflejo que estaba presentable. Siempre le habían
dicho que debía mostrarse limpia ante la gente a la que servía, así que se
ajustó la coleta alta que recogía su melena rubia platino, comprobó que la ropa
que llevaba, una camiseta de tirantes negra con unos pantalones cortos del mismo
color, uniforme principal de los criados allí, estaba lo más decente posible, y
se puso en marcha con su mercancía bajo el brazo.
Un grupo de miradas curiosas asomaba por las distintas
casas, asegurándose de que era seguro salir al fin. Alexis se fiaba tan poco de
aquella gente como de las bandas que asolaban al pueblo cada poco tiempo, así
que apretó el paso y se dirigió a la otra salida del pueblo, la que llevaba a
la montaña. Refugiada de la vista y del sol abrasador de la región, allí se
encontraba la mansión de Illyrio Mopatis, su anfitrión durante el tiempo que
habían estado en la zona. Se encontraba a una hora andando del pueblo en sí, un
agradable paseo en coche para quienes contaban con aquel lujo. Para ser alguien
que podría tener aquella enorme casa en cualquier otro lugar más agradable,
Illyrio parecía disfrutar mucho en Pentos, probablemente porque su fortuna
provenía de la explotación de los lugareños de las minas de la zona, lo cual
generaba una cuantiosa cantidad de dinero por año, y de los extras se
encargaban los traficantes. No dejaba de preguntarse qué sacaba alguien así de
acoger como huéspedes a un puñado de mendigos, que al fin y al cabo, era lo que
ellos eran.
Atravesó la entrada saludando a los guardias de seguridad
con un gesto de la mano. Ellos la saludaron de vuelta, saltándose la norma de
no moverse a no ser que fuese necesario intervenir. Desde que llegó, habían
sido simpáticos con ella, sin duda tratando de llevársela detrás del puesto de
vigilancia. Alexis aprovechaba eso cuando más le convenía, pero nunca les había
dejado tocarla más de lo que ella permitía, y nunca se iría a la cama con
ninguno de los dos. Cruzó el jardín delantero, chocante en cuanto al cambio, ya
que parecía la única vegetación realmente verde en muchos kilómetros, hasta
llegar a la sombra del porche, donde nuevamente la dejaron pasar al interior de
la finca.
Dentro, el ambiente era fresco, agradable, como una caricia
que se llevase consigo todos los pesares causados por el asfixiante calor de
Pentos. Una de las criadas, vestida igual que ella salvo en los zapatos, limpió
sus botas y roció sobre ella agua con un pulverizador para eliminar los restos
de sudor con una toalla después. Siempre había que hacer lo mismo antes de que
nadie se presentase ante Illyrio, quien toleraba muy poco la suciedad, tanto en
su casa, perennemente inmaculada, como en la gente. “Gracias a este gordo
maniático, nunca en mi vida he ido tan limpia” pensó Alexis.
Cuando la otra criada la encontró aceptable, la dejó seguir
con su camino. Se encaminó hacia donde ella le indicó que estaban ella y su
invitado, en la terraza del jardín trasero. Allí los encontró, al gordo
anfitrión en uno de sus más robustos sillones de mimbre acomodado con cojines,
y a su medio hermano Viserys, que reía descaradamente y se llevaba un dátil a
los labios. Alexis bajó la mirada, no estaba bien observar fijamente si eras un
sirviente. Durante su estancia allí, había aprendido a ser discreta, invisible,
únicamente a intervenir si era necesario.
-Excelencia –anunció, haciendo una leve inclinación sobre
una rodilla, mirando hacia Illyrio, como Viserys le había enseñado-. Majestad
–hizo lo mismo, pero esta vez mirando hacia él. A su hermano siempre le había
gustado que lo trataran de rey.
-Ah, al fin –Illyrio dio dos palmadas de impaciencia y le
hizo señas para que se acercase-. Bien, bien –le arrancó el paquete de las
manos-. ¿Por qué has tardado tanto, niña?
Alexis no respondió. Sabía de sobra que Illyrio no quería
oír explicación alguna cuando hacía aquellas preguntas al aire. Poco le
importaba que una banda de traficantes hubiese asaltado nuevamente el pueblo
cuando ella estaba a punto de emprender el camino de vuelta a la mansión.
-Rellénalo, ¿quieres? –Viserys le tendió una copa de vino
vacía y le dedicó una sonrisa cariñosa que le felicitaba por haber hecho bien
el trabajo. Alexis se la devolvió disimuladamente y cogió el cristal, rozando
sus suaves dedos por un instante.
De espaldas a la mesa, mientras servía vino de una jarra
nueva que traía otra de las sirvientes, escuchó cómo Illyrio rasgaba el papel
que envolvía la caja que Alexis había traído del pueblo. Entregó la copa llena
a Viserys mientras éste contemplaba cómo su anfitrión extraía de ella un
hermoso vestido de tela vaporosa color malva.
-¿A que es hermoso?
–Illyrio se inclinó hacia Viserys todo lo que su gordura le permitía para
extenderle la prenda-.Tocadlo, vamos, es la mejor seda Volantina importada
aquí.
-Hermoso, sí –coincidió su hermanastro al tiempo que
acariciaba la tela.-. Y suave, no cabe duda.
-Vuestra hermana estará muy hermosa con él, además, puede
que este pueblo esté casi en las últimas, pero esa costurera es un tesoro
escondido –respondió el gordo; luego, miró a Alexis y su expresión cambió a una
de molestia-. ¿Qué haces aquí todavía? Ve a hacer algo útil.
Antes de retirarse, miró a Viserys, como preguntándole. Si
recibía órdenes de alguien, era de él y nadie más. El príncipe rubio asintió
con complicidad, por lo que ella se retiró de nuevo, dejándolos a solas. Como
no le habían asignado algo en concreto, fue hacia las habitaciones donde dormía
Viserys, cuya cama a veces compartía, y se dio una relajante ducha para quitarse
el resto de polvo que todavía llevaba encima. Al salir, encontró ropa limpia y
la sucia había desaparecido. Era lo bueno de las criadas de Illyrio, pese a que
ella seguía siendo una sirviente, la trataban de igual manera que a una
invitada en los pequeños detalles. Les estaba agradecida muchas veces, pero no
por ello pensaba que eran menos tontas. “Si tuviesen dos dedos de frente,
trabajarían para alguien mejor que ese gordo traficante” pensaba. Todas se
merecían a alguien que las tratase mejor que aquella morsa con los dedos
largos. Había mañanas en la que alguna aparecía con un moratón en la cara y
mordiscos por todo el cuello, esforzándose por no aparecer en presencia del
anfitrión en todo el día. Las marcas, incluso a pesar de haberlas hecho él mismo,
también lo molestaban sobremanera. La suerte era que, como Alexis servía a
Viserys, a ella no se había atrevido a tocarla. Aunque le habría gustado ver
cómo lo intentaba, se encontraría con un puñal en el cuello antes de que se
hubiese dado cuenta de que lo había sacado.
Dedicó el resto de la mañana a ordenar la habitación de su
hermano como a él le gustaba. Las criadas de Illyrio hacían bien su trabajo,
pero eran los pequeños detalles los más importantes para él, así que colocó los
cojines de la cama como a él le gustaba y abrió ligeramente las sábanas,
entreabrió las cortinas para que entrase la luz justa, dejó preparada una
toalla mojada en agua caliente para cuando fuese a asearse antes de ir a comer,
y le dejó preparada sobre la cama una camisa negra, limpia, con el dragón de
tres cabezas bordado en una solapa del cuello. Sonrió, satisfecha, cuando tuvo
todo hecho.
Como esperaba, su hermano tardó apenas unos minutos en
regresar a la habitación. Se limpiaba las manos con la toalla que le había
preparado Alexis mientras sonreía con satisfacción.
-Adivina lo que acaba de hacer Illyrio por mi causa –le
dijo.
-¿En qué puede ayudar el haber comprado un vestido para
Daenerys? –preguntó Alexis, cruzándose de brazos.
-No es el vestido, querida –lanzó la toalla a un rincón y se
acercó a ella hasta llegar a su altura-. Ha encontrado hombres que poner a mi
servicio –acarició su mejilla con un dedo, bajando hacia la barbilla, que le
hizo levantar para mirarla fijamente a los ojos, los de él, violeta oscuro, los
de ella, uno del mismo color, y el otro verde jade-. Y sólo tengo que casar a
mi hermana con el jefe de todos ellos.
Durante toda su vida, Alexis había sentido siempre celos al
pensar que Viserys tendría que casarse con Dany para continuar con el legado
familiar. Ella también era su hermana, pero no de la misma manera, siempre le
había quedado muy claro. Ahora que resultaba que Daenerys tenía que casarse con
otro, los ojos le brillaron alegremente. Pero conocía bien a Viserys para saber
qué debía responder.
-Deben de ser muchos hombres para que decidas entregar a una
mujer tan hermosa –dijo sin apartar la mirada.
Viserys se separó de ella, todavía saboreando la noticia.
Parecía no prestar atención a cómo se sentía Alexis realmente.
-Cuarenta mil –respondió finalmente-. Una banda de cuarenta
mil hombres, y todos a mi servicio, para ayudarme a recuperar lo que esos
idiotas me arrebataron.
-Habría que ser ciego para no ver que el gobierno de
Poniente te pertenece a ti –Alexis se acercó para ayudarle a desabrocharse la
camisa para que pudiese cambiarse-. Tu sangre es la de los antiguos reyes,
naciste para ello.
-Tú también tienes la sangre de reyes –Viserys la cogió por
las muñecas y apoyó su frente en la de ella, mirándola nuevamente a los ojos-.
Sería una pena que la desperdiciaras con cualquiera, ¿no crees?
El desconcierto apareció en el rostro de Alexis en primer
lugar. Luego, tras comprender lo que aquello quería decir, la sonrisa afloró
lentamente en sus labios.
-Pero, ¿seré digna de ello, mi rey? –preguntó en apenas un
susurro.
Viserys la soltó, se quitó la camisa y comenzó a abotonarse
la que ella le había dejado sobre la cama. El negro le favorecía sobremanera,
resaltaba el color de su pelo mucho más, el rubio platino tan característico de
los Targaryen.
-Lo serás –respondió finalmente, admirando su reflejo en el
espejo-. Debes serlo, a no ser que quieras decepcionarme –acarició su mejilla
un instante antes de darle un rápido beso en la frente y abandonar la
habitación.
Alexis se quedó allí, todavía asimilando la noticia que
acababa de recibir. Si hubiese llegado a comprender realmente lo que conllevaba
el paquete que le habían encargado recoger, se hubiese dado más prisa por
traerlo.
El vestido malva hacía que la piel de Daenerys pareciese más
suave incluso de lo que era. Llevaba el pelo recogido en varias trenzas de
manera informal, cayendo sobre su espalda en una cascada de rubio platino. La
tela llegaba hasta las rodillas, dejando que luciese sus delgadas piernas, que
terminaban en unas sandalias de tacón. No llevaba adornos, sólo un broche, un
ala de dragón extendida, de plata, sobre el hombro izquierdo. Hermosa era una
palabra que se quedaba corta.
Pasaban de un extremo a otro del salón, Illyrio a la cabeza,
acompañado de Viserys, cuya melena corta llevaba recogida en una coleta,
vestido con una camisa blanca y unos vaqueros. Elegante pero informal, decía
él. De su brazo iba cogida su hermana, despertando la envidia de cuantas
mujeres dejaban atrás, bellezas de piel morena y de cabello oscuro que tampoco
tenían nada que envidiarle en cuanto a belleza, salvo que su palidez exótica la
distinguía de las demás. Detrás de ellos, como dos sombras, los seguían Alexis
y una de las criadas de Illyrio, las dos vestidas de la misma manera, un
sencillo vestido de cuello cisne sin tirantes, corto hasta la mitad del muslo,
de color negro. En público, ése era el uniforme que llevaban. Incluso Alexis
había tenido que dejar sus queridas botas para verse con los pies en unos
apretados zapatos planos del mismo color del vestido.
Como cabía de esperar, su entrada en la amplia sala no había
pasado desapercibida ni por aquellos que parecían más indiferentes, pero mucho
menos para aquellos que los esperaban. Estaban apartados, en unos divanes que
había en un rincón. Dos matones los guardaban del resto de invitados, pero en
cuanto se acercaron los dejaron pasar. Había cuatro hombres, dos en cada diván,
de tez morena, ojos y pelo oscuros, de complexión fuerte. Vestían de traje
negro, camisa blanca, con la chaqueta abierta y sin corbata. Alexis se percató
de que el inicio de un tatuaje se escapaba por la camisa entreabierta de uno de
ellos, seguramente recorriendo todo su pecho. Tres de ellos estaban
acompañados, sin duda los amigos del posible prometido de Dany, quien había
mostrado respeto hacia ella no tomando compañía aquella noche.
Alexis y la otra criada se quedaron en una esquina, con la
mirada baja, mientras Illyrio y Viserys saludaban a Drogo, dejando a Daenerys a
sus espaldas para presentarla como era debido. El jefe de la banda de
traficantes era apuesto, sonreía de forma decidida mirando a la chica rubia que
tantas miradas había atraído a su alrededor aquella noche. Tenía una cicatriz
sobre la ceja, sin duda de alguna pelea. Llevaba el pelo largo recogido en una
trenza que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Alexis se fijó entonces en
que todos lo llevaban igual, pero la suya era con diferencia la más larga. No
pudo evitar preguntarse por qué sería. Se forzó a no mirar mucho a su
alrededor, no era apropiado para alguien de su nivel. Se obligó a recordarse
que aquél todavía no era su mundo.
Tras haber presentado a Viserys, Illyrio hizo que Dany se
adelantase un poco para que Drogo la viese bien. La chica parecía asustada, no estaba
acostumbrada a las fiestas de tal magnitud, y menos siendo ella el centro de
atención. Sin embargo, cuando Drogo le ofreció su mano, ella la cogió con
timidez, y él se la llevó a bailar la canción que sonaba en ese momento.
Viserys los observó unos segundos antes de volver a hablar con Illyrio. El
gordo se esforzaba por tenerlo contento.
-No hace falta que estés presente toda la noche, querido
amigo –dijo en voz baja cuando estuvieron más cerca de ella y la otra criada-.
¿Horas de charla banal y aburrida? ¿Quién quiere eso? –Hizo un gesto disimulado
con la mano hacia la sirvienta-. Mi pequeña Syla puede acompañarte un rato, si
es lo que deseas.
A Alexis no le importaban las criadas de Illyrio tanto como
para aprenderse sus nombres, pero se aseguró de recordar la cara de la tal Syla
para más tarde. Apretó los puños con rabia mientras su hermano la estudiaba con
la mirada. Sin que el resto se diese cuenta, sus ojos se posaron un par de
segundos en los de Alexis.
-No es de mi agrado –respondió finalmente, pese a que la
chica era de cara bonita y cuerpo seductor-. No te preocupes por mí, buen
amigo, tú diviértete cuanto gustes. Sabré apañármelas.
Con una sonrisa y un asentimiento, Illyrio fue a sentarse
junto a los amigos de Drogo. Syla se apresuró a servirle vino antes de que él
se lo pidiese. Todo el mundo sabía que Illyrio era un hombre de buen beber en
toda fiesta. Viserys se acercó a Alexis, que se había quedado en el sitio. Él
parecía más reacio que su anfitrión a divertirse allí. Por cómo los miraba,
estaba claro que no le gustaban lo más mínimo aquellos que lo rodeaban.
-Deberíamos ir a ver qué más puede ofrecernos este sitio,
¿no te parece? –le dijo en voz baja mientras veía cómo Drogo y su hermana
bailaban bajo la mirada de los guardaespaldas del primero.
-Si su alteza así lo quiere… -respondió Alexis.
-Así lo quiero –agarró a la chica del brazo con tal fuerza
que le hizo daño, como cada vez que algo lo ponía de mal humor.
La arrastró hasta fuera de la zona que guardaban los hombres
de Drogo. Allí, se puso a buscar una salida de la sala. Alexis lo siguió por
los pasillos del claustro al que acababan de salir hasta llegar a unas
escaleras que daban a la bodega. Allí fue donde se refugiaron de todo el
jolgorio y el alboroto de la fiesta. Había poca luz, pero al menos había. Olía
a humedad y a polvo, nada que no fuese soportable, así que Viserys decidió que
ese era un sitio tan bueno como cualquier otro para pasar el rato. Era una
bodega amplia. Había estantes repletos de botellas de vino que llegaban hasta
el techo, viejos barriles al fondo, pero estaba bastante limpia. El chico se
paseó por las primeras estanterías hasta dar con un vino que creyó aceptable.
Miró a Alexis y se encogió de hombros.
-No lo van a echar de menos.
Se lo tendió a su hermanastra para que lo abriese mientras
miraba en un armario si había alguna copa que pudiese usar. Alexis se quitó uno
de los zapatos y lo puso de amortiguador en el culo de la botella para darle
golpes controlados hasta que el corcho sobresalió lo suficiente para poder
sacarlo con la mano. Viserys le tendió dos copas que debían estar allí para
cuando había que enseñar la bodega a las visitas.
-¿Algo va mal? –le preguntó mientras servía.
-Si no necesitase tan desesperadamente hombres con los que
volver a nuestro hogar, jamás hubiese entregado a Daenerys a alguien como él
–respondió, visiblemente molesto-. ¿Un delincuente cualquiera? ¿En qué estaba
pensando ese inútil de Illyrio?
Cogió la copa que Alexis le tendía y enseguida bebió. Ella
bebió un poco de la suya por acompañarlo, sin embargo el vino no le gustaba
mucho, prefería tener los cinco sentidos alerta siempre, pero si no bebía con
él solía enfadarse más porque no le gustaba hacerlo a solas.
-¿Cuántos hombres tiene en su banda? –preguntó ella.
-Es lo bueno que tiene, es una mafia muy grande. Ronda sobre
los cuarenta mil –vació lo que quedaba en su copa de un trago, por lo que
Alexis tuvo que ponerle más-. Y Drogo tiene el monopolio de las armas en esta
zona, por lo que es muy conveniente. Pero sigue siendo un vulgar traficante al
que voy a venderle a mi hermana.
-A él le ha gustado –comentó.
-¿Cómo no iba a gustarle? ¿Pero tú la has visto? –preguntó,
molesto-. Por eso precisamente no me gusta dársela por las buenas.
Alexis sintió una punzada de dolor y envidia en su corazón,
por lo que esta vez bebió con ganas y apuró la copa. Estaba claro que a Viserys
le dolía no poder casarse con Daenerys al final, por mucho que le hubiese dicho
a su hermanastra que podrían hacerlo ellos cuando regresasen. Si es que alguna
vez lograban regresar. Procuraba no pronunciar aquellas dudas en voz alta.
El silencio empezaba a resultar incómodo para Alexis.
Conocía a su hermano lo suficiente para saber que una frase desafortunada era
tan mala como un silencio largo en una situación así. Pero incluso para ella,
había situaciones en que ya no podía poner simplemente buena cara a todo.
-En cuanto se case, tendrás cuarenta mil hombres para ti
–dijo con fiereza-. ¿Qué más da lo que haga Drogo?
Viserys la miró con furia. Sabía que aquello no era lo que
él quería oír, pero Alexis no podía soportarlo todo siempre. Se acercó a ella y
apretó la cara de su hermana con su mano, elevándola para que lo mirase a los
ojos.
-Es mi hermana –respondió-. ¿En qué momento he tenido que
dejar que la chusma se emparente con mi familia?
La soltó. Alexis se llevó una mano a una de sus mejillas,
dolorida. En aquellos momentos, ella también estaba furiosa. ¿Cuándo se había
convertido Viserys en aquel hombre que se preocupaba más por la imagen y la
gloria de su familia antes que de ella? No le costó mucho recordar los momentos
en los que habían reído juntos, jugado juntos, dormido juntos, momentos felices
donde poco importaba la grandeza, la sangre. Todo aquello se había esfumado al
poco de llegar a la mansión de Illyrio. Aquel maldito gordo había convertido a
su hermano en alguien distinto, en alguien sediento de poder.
Dejó a Viserys allí, sin nada que decirle. Subió las
escaleras y buscó un sitio donde poder estar sola con sus pensamientos. El aire
fresco se hizo de agradecer en contraste con el ambiente cerrado de la bodega.
Salió al patio del claustro, pero no era lo suficientemente alejado. Buscó por
los pasillos una salida al jardín, ignorando el grito que la llamaba desde la
entrada de las escaleras.
El jardín trasero no era tan grande como ella había
esperado. Había una fuente tras unos setos de media altura en un pequeño patio
de piedra que carecía de bancos. Se sentó frente a ella, en el suelo, mirando
fluir el agua. Era en momentos como aquel cuando se preguntaba cómo hubiese
sido su vida si se hubiese quedado en Desembarco del Rey. Apenas recordaba la
ciudad, no había llegado a salir casi de la Fortaleza Roja, el conjunto de
altos edificios cercados que gobernaba la ciudad y el país. Aquel sitio sí lo
recordaba. Había pasado parte de su infancia jugando en los jardines con los
hijos de los demás criados, robado comida de las cocinas cuando tenía ganas de
comer algo fuera de horas, reído con Viserys a escondidas de su madre… Todo aquello
le parecía muy lejano, casi un sueño, pero allí tal vez hubiese podido llevar
otra vida distinta, sin nada de lo que le era preciado en aquellos momentos… O
tal vez hubiese muerto.
Les habían llegado noticias de que su otro hermano, Rhaegar,
había muerto a manos del rebelde usurpador Robert Baratheon, al igual que su
esposa Elia y sus dos hijos, asesinados por sus hombres. ¿Quién era el monstruo
capaz de matar niños? Por aquel entonces estaban refugiados en Rocadragón, una
enorme roca humeante puesta en medio del mar en la que estaba la mansión
Targaryen. Después de aquello habían tenido que huir a Braavos. Aun entonces
Viserys siempre procuraba que Alexis estuviese bien atendida mientras la
enseñaban a servir a la familia. Extrañaba a aquel niño rubio que la trataba
casi como una hermana de verdad. Y que la quería.
Agachó la cabeza y suspiró, abatida. El pasado era pasado,
no podía anclarse a él.
-¿Por qué demonios te has ido? –oyó detrás de ella la voz
enfadada de Viserys-. No te he dado permiso.
-Necesitaba aire –respondió, sin mirarlo, sin levantarse,
sin inmutarse.
-Levántate –ordenó; Alexis no se movió, por lo que la cogió
del brazo y la obligó a hacerlo-. ¿Qué pasa contigo? –Ella lo miró con
insolencia, a lo que él respondió:- No querrás despertar al dragón, ¿verdad?
-Hazlo –lo desafió, soltándose de su agarre.
Se miraron a los ojos durante un largo silencio. Alexis ya
estaba acostumbrada a las palizas, a las de su nodriza de pequeña, a las del
jefe de criados en Braavos y en Pentos… Los golpes ya no le dolían. Sin
embargo, para su sorpresa, ésta no llegó. Su medio hermano cerró los ojos con
agotamiento durante unos instantes. Cuando volvió a abrirlos, parecía el que
había sido siempre, el Viserys que ella recordaba.
-No quiero pelearme contigo –le dijo-. Ven.
No lo pensó dos veces. Alexis se fundió con él en su abrazo,
como había hecho tantas veces antes. Ése era el Viserys por el que ella se
quedaba, no aquel monstruo creado por Illyrio mediante adulaciones y promesas
vacuas.
-Drogo puede quedarse con Dany –le susurró él al oído-.
Nunca te tendrá a ti.
Se sentaron en el suelo y vieron correr el agua de la
fuente. La noche era cálida, agradable, no echaron de menos el ajetreo de la
fiesta durante un rato. Volvieron a ser el niño y la niña que habían sido
antaño, hablando de dragones, caballeros y de historias de guerras que
ocurrieron hace mucho tiempo. Hablaron de Rhaegar, de su hogar. Hablaron de
fuego y sangre.
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